SOBRE EL TEATRO DESCONOCIDO
por. Miguel Angel Campos
Este
libro se abre bajo la advocación del Xohar, pero rápidamente nos damos cuenta
de que la frase “El mundo sólo subsiste por el secreto” no ha sido llamada en
auxilio, tampoco para recordar una filiación. Nada más lejos que el adorno,
nada tan ajeno como la vaciedad. El secreto es el gran motivo, su indagación es
la continuidad que aquí se propone; más que a ideas se apela a percepciones con
el fin de mostrar un camino por donde sólo es posible andar cuando se ha
entrado en el sueño que es la oscuridad iluminada. Pocas veces se tiene éxito
usando la razón para descubrir lo que subyace, lo preexistente; los recursos
del discurso intelectual suelen fatigarse ante ciertas puertas, aquí tenemos
una excepción que casi perturba. Sin renunciar a un lenguaje claro, sin
recurrir a construcciones altisonantes ni anfibologías, De Petre logra poner
orden en sus percepciones y, mucho más admirable, ponernos al tanto de su
hallazgo.
Es
claro que El teatro desconocido no es una reflexión sobre el teatro como
género, tampoco un análisis sociológico, ni literario. En el capítulo
denominado “El cuerpo y sus centros” debemos ver la aproximación a una
comprensión del cuerpo como recinto moral, que es otra manera de enunciar el
problema de la armonía. “Las rodillas constituyen el centro de humildad, de la
aceptación…”.Habría que ir hasta aquel otro momento d tensión que es “Sobre el
teatro de títeres”, de Von Kleist (que tampoco es una tratado sobre tal) para
conseguir el mismo interés por eso que se ha llamado la búsqueda del
centro, del punto inercial. La gracia aparecerá, según la feliz intuición de
Kleist, en quien “poseyere o absolutamente ninguna conciencia o una conciencia
infinita, es decir: en el títere o el Dios”. Pareciera que se trata de dar con
una clave mediante la continua devoción y el método del fervor, al final se
producirá la revelación, fruto de la fe en un orden, pero nada es develado, tan
sólo conocido en su momento. No es taoísmo elemental ni paciente resignación,
hay una consciente elaboración, se hila un hilo para que unas formas aparezcan;
se interroga la mudez para alcanzar unas frases, pero no es lenguaje lo que ha
sido obtenido: es, antes, el propio ser, lo desconocido. La búsqueda se libera
de angustias, ya no es viable acumular pues lo que se posee no puede ser
cuantificado, lo que se es adviene como donación, no como logro.
“Voluntad”, “Escuchar”, “Fe”, “Sacrificio”, “La visión”, son
escalas situadas en un mismo plano, pero invisibles desde una perspectiva
lineal, cada una es un instante ajeno al tiempo, no se llega a ellas por
insistencia-ése es el rigor del cansancio-sino por transformación, el cambio
nuevamente aparece como la norma de todas ascesis. Lo que está en perpetua
renovación corresponde, como momento particular, a la noción de lo
“desconocido”, el conocimiento es así más una actitud, un estado, que una
etapa. En sus indicaciones como director, De Petre libera al actor de la
llamada fidelidad del guión, e insiste en que debe “expandirse” en cada
función, no se trata de improvisar, sino de una libre exploración para la que
no debe haber construcciones susceptibles de convertirse en espacios
cristalizados. “Contra expresión”: aquí yace otra de las claves. La expresión
puede derivar fácilmente hacia el ruido, alguno como Baudelaire lo supieron
desde una incomodidad perturbadora, aquel “violento odio hacia las palabras” no
es otra cosa que la necesidad de la mudez. Frente a toda manifestación del
cuerpo cuyo destino sea la vaciedad, se impone la economía de voces; el
silencio que conduce la esencialidad se abre paso, “al cerrarse lo posible se
fuerza lo imposible”, dicho admirablemente. De alguna manera esto responde a
una compensación, toda supresión produce una tensión que, en una teoría del
equilibrio, debe conducir a una expresión magnificada, que finalmente será el
objeto de esa contemplación que se propone como una tercera instancia
(expresión, contra expresión, contemplación). Claramente se anuncia una
declaración de principios en ese “alejamiento” del arte como comunicación, de
entrada queda zanjado el debate sociológico; el autor no está interesado en
contribuir al estudio de la civilización, le interesa el hombre dispuesto a
tasar sus propias fuerzas, menos aún, a reconocerse como quien palpa por
primera vez su cuerpo palpitante. Este énfasis en las causas en detrimento de
las consecuencias abre las puertas, generalmente ocultas o tapiadas, de la
génesis del arte, de los mecanismos del conocimiento; los procesos en virtud de
los cuales se produce aquél informarán sobre la naturaleza de éste. No es
casual que la música frecuentemente esté asociada a estados de purificación, de
trasmutación: ella actúa como la suprema irrigación, es un fluido totalmente liberado
de mediaciones, pues así como entra por el oído puede hacerlo desde la memoria
y se disuelve por igual en lo orgánico, órganos tonificados, y en lo emocional.
Ella es, a su vez, el estado en que el arte se aleja más rápidamente de lo
cartesiano. De Petre sabe muy bien por donde anda. En una oportunidad lo vi
conduciendo cierto ejercicio, al parecer no tan frecuente en el teatro; en él
se persigue la anulación de los movimientos voluntarios, se busca un grado
mínimo de la conciencia en relación con el espacio y la acción física, el
cuerpo parece quedar a la deriva, sólo para regresar movilizado por una
energía que ya no se origina en la mente. Los ejercitantes parten, ciertamente,
de una voluntad pero, a medida que los músculos se vacían de electricidad, la
voluntad cede. Se abre paso, entonces, una fuerza “sobrenatural”, si por tal
entendemos aquello que los sentidos no pueden administrar. La música, en este
extraordinario ejercicio, aparece como un trueno que es drenado, en una voz que
se niega a abandonar su reino orgánico, son jadeos ásperos, guturales, para los
que no existe el habla, en esta fase es totalmente prescindible. Oyendo esa
“voz” uno siente que es la oración prisionera de un fiel en el que cuerpo
y conciencia aún no están diferenciados, que es el aullido de algo que lucha
para desatarse, y en consecuencia para perecer.
Ese
“teatro desconocido” llama nuestra atención sobre un escenario en el que a
primera vista no distinguimos nada; sin embargo, no somos presa de la
decepción. Sabemos que la acción empieza con nosotros, se insiste en una
iniciación profana, casi civil. Las indicaciones devienen evangelio de la
tolerancia y la dulzura, nada parece cifrado y el misterio no afrenta a nadie
con su continuidad pues lo desconocido existe para llegar a él, no para ser
conocido. El lenguaje de este libro es totalmente ajeno a la comunicación, en
él no hay insistencias y le son ajenas a las vehemencias de las afirmaciones. Sólo describe y muestra pero no enfatiza. Si la medicina atenta de nuestro
tiempo busca la conexión entre la mente y el cuerpo, aquí se proclama la
continuidad angélica de ese cuerpo: asiento de valores, conductor de
sentimientos, más allá de una reduccionista función monitora (percibe, avisa),
se insiste en su condición de escenario ecológico de lo sagrado. Por ahora no
hay conclusiones, las puertas se abren y podemos no notarlo; las páginas pueden
ser desgajadas, pero hay una voz situada más allá de la escritura
TEATRO Y SABIDURIA por Juan Carlos De Petre
En el
teatro como en la vida, estamos sometidos a esa inexorable lucha entre caos y
orden. La creación de una obra (personajes, escenas, movimientos, imágenes),
los sucesos cotidianos (impresiones, hechos, vivencias, obligaciones), obligan
a organizarnos. Aún decidiendo la anarquía, el desconcierto, adoptamos un tipo
de estructura con definidos radios de acción.
Imposible
escapar a la conciencia y su esencial procedimiento de sistematización según
categorías jerárquicas, de acuerdo a la particular discriminación valorativa.
Conciencia
en el sentido correcto, es conocimiento. Y conocimiento en su auténtico
significado: sabiduría. Un teatro trascendente, significativo, perpetuo,
necesariamente será sabio.
El
desarrollo consciente de un creador producirá sin duda un teatro desarrollado.
Un hombre evolucionado conscientemente hará de su vida un tránsito de
comprensión.
El
verdadero conocimiento es experimental comprobó Einstein. Aquí es donde teatro
y vida se analogizan: los estudios dramáticos en escuelas, seminarios o
talleres, a pesar de métodos y fórmulas, terminarán basándose en ejercicios y
prácticas específicas, donde el aprendiz irá descubriendo su camino expresivo.
Si la intención de una persona es conocer, saber realmente, igualmente
explorará a través de formas y maneras concretas aquello que le ayude a
aprender.
Y así
como el caos es caótico, el orden es preciso, el principio de incertidumbre se
incluye en la teoría del campo unificado. La revelación, tiene en cuenta el
desconocimiento, confirmando que el principio de la luz son las tinieblas.
Clásico:
dicho de un autor o de una obra que se tiene por modelo digno de imitación en
cualquier arte o ciencia. Definición válida para el teatro. Aquellos obras o
montajes que alcanzan esta categoría tienen seguramente una dosis de sabiduría que
los conservan indelebles, durables, atemporales. Por supuesto no hablamos del
clasicismo oficial, sino de aquellas muestras hasta excluidas o desterradas,
pero que depuradas en la alquimia del tiempo sobrevivieron a su efecto
corrosivo, soportando además pruebas de ignorancia, modas o maquinaciones,
sentando a pesar de todo, una presencia indiscutible en la historia teatral.
Sin
embargo jamás nadie puede proponerse la sabiduría, como quien se plantea ser
ingeniero. El universo no es inerme, se expande; la conciencia dentro de su
mecanismo, igualmente pide crecer. Conocer es la tendencia original del hombre,
detener este natural impulso es condenarse a padecer en situación inhumana de
enanismo mental. Minimizando la posibilidad evolutiva, disminuye la capacidad
creadora. Todo rango de sabiduría es producto del respeto a este proceso de
ampliación, de continuidad con el impulso interior de búsqueda y encuentro.
Sin
embargo, la gran dificultad del conocimiento no es tanto alcanzarlo como saber
que se hace después con él. Sabio no es quien dice la verdad, sino el que la
lleva a cabo. Aquí radica uno de los más importantes secretos de la sabiduría y
el mayor guardián de su fortuna.
Hacer
en la vida lo aprendido, traducir "vivientemente" en el teatro las
evidencias, requieren coraje, responsabilidad, compromiso y fe.
Coraje:
porque toda revelación es inicialmente descreída, negada.
Responsabilidad:
para no traicionarla y sostenerla.
Compromiso:
avalando con hechos la certeza.
Fe:
recordando que lo real, al fin se impone a toda forma de oscurantismo.
TEATRO Y REDENCIÓN por Juan Carlos De Petre
La
redención es el ofrecimiento más asombroso, extraordinario y sorprendente que
se les pueda haber hecho al hombre y la mujer.
Desconocerla,
ignorarla, negarla, es renunciar al triunfo sobre la muerte, es perder la
oportunidad de liberación de las cadenas del sufrimiento humano.
La
redención no es un enigma de fe común. En todo caso lo es de la fe real,
aquella que es comprobación y certeza de la palabra dada, de la promesa hecha.
Nunca una simple creencia, jamás una ilusoria esperanza.
La
redención trata de un prodigio que debe ser comprendido si se pretende vivirlo,
de un fenómeno cuyas leyes demandan ser conocidas si se está dispuesto a
penetrar su secreto. Aunque (es importante aclararlo) no se trata del
entendimiento común, de la inteligencia ordinaria, el intelecto llega hasta un
punto, exactamente hasta donde comienza el misterio, potestad inalienable del
espíritu y su gracia para obrar. Sólo en sus manos estará la decisión de fundar
el territorio que acogerá al alma en su ascensión.
El
pensamiento ayuda a dirigir los pasos, si es correcto los llevará por caminos
seguros, hacia un destino querido. Al contrario, si es equivocado, los hará
transitar por terrenos resbaladizos, con el peligro de los abismos. Un
pensamiento educado en el respeto a la mirada, que evita los antojos o
caprichos personales, que es riguroso en sus resúmenes, que se nutre de
cualquier fuente valiosa sin oponer esquemas, puede conducir a la comprensión.
Pero
comprender no es discernir, conocer no es obtener datos o informaciones;
comprender es recibir percepciones de unidad, iluminaciones de certeza que
acaban con todo tipo de dudas, de contradicciones, de dialécticas. Se recibe la
verdad con todo el cuerpo, el de afuera y el de adentro.
Para
que la redención suceda debe ser una certidumbre tan evidente, tan manifiesta,
como la misma conciencia que nos confirma la elemental realidad de saber que
estamos vivos. Tan elemental realidad como la de saber que igualmente
moriremos.
El
ejemplo de estas evidentes realidades no es azaroso, la redención tiene que ver
exactamente con la vida, la muerte y la vida sin más muerte.
En una
época como esta, pasto del mercadeo, la redención cae en el embudo de las
distorsiones; hoy es muy difícil, casi imposible, distinguir. Si algo
verificable está sucediendo es justamente la indiferencia: la clonación hace
tiempo está en marcha. La redención, disfrazada de cualquier perfil, es
convertida en oferta para un sinnúmero de terapias curativas y de salvación.
¿De una
u otra manera, en todas las épocas, el teatro tratado como arte, no ha
intentado y no intenta redimir? Hasta la dramaturgia más escalofriante, ácida,
corrosiva o destructiva; hasta los montajes más alarmantes, sombríos, trágicos,
herejes o apocalípticos, exhuman al fin la posibilidad de rescate. El teatro en
definitiva devendrá visión y ver es estar capacitado para leer la realidad
esencial: realidad básica que es movimiento, movimiento que siempre cumplirá el
ciclo natural de nacimiento, desarrollo y muerte, tránsito que dará generación
al nuevo movimiento. Todo fin es un principio y cualquier comienzo un término
futuro.
Hacer
teatro es practicar en su ejercicio la propia redención, al mismo tiempo dar
testimonio a los otros, de esa probabilidad. Por eso el auténtico y verdadero
teatro es en proyección redentor, tanto para quienes lo ejecutan como para
quienes lo reciben. Pero como toda instrucción será efectiva, siempre y cuando
el aprendiz esté genuinamente dispuesto a llevar a su vida la educación, en
este caso a hacer carne lo visto en el procedimiento creador teatral.
De esto
se trata, si hacer teatro entraña crear, el destino ineludiblemente llevará
progresivamente a formas de vida más desarrolladas, realizadas en cuanto a
identidad y trabajo. Volvemos a decirlo: el teatro se convierte así en una
oportunidad de redención individual y en una muestra pública de esta
posibilidad.
La
sacralidad premia a quienes la asumen con el milagro alquímico de la
transmutación, la redención es una forma de ella.
El
teatro venerable, una ruta de acceso.
JUAN
CARLOS DE PETRE
“El
teatro desconocido”